Escrito por Sayyid........
Aquella era un anoche especial. Le mandé las instrucciones le noche anterior, vía email. Eran órdenes sencillas, pero muy claras. Me gusta que tenga claro lo que me gusta.
Debía llevar un vestido negro ceñido que se adapta como una segunda piel a su cuerpo, marcando sus insinuantes caderas, su culo arrogante y sus generosos pechos. Pechos que deberían insinuarse abiertamente con un generoso escote. Me gusta, cuando saco a pasear a mi esclava, que los hombres la miren con deseo, y que las mujeres la miren con odio… con ese odio que despierta el saber que nunca van a sentirse tan deseadas como ella.
Por supuesto no debería llevar ropa interior. La ropa interior siempre es un obstáculo para mis deseos, y detesto tener que insinuar siquiera que ha de quitársela. Además, me gusta ver como crecen sus nervios al saber que si se excita en exceso, sus propios jugos podrían jugarle una mala pasada a la hora de levantarse de la silla. Hay manchas que dicen más que libros llenos de palabras.
Completarían su atuendo unas medias negras de seda, sujetas al muslo por un insinuante liguero negro, capaz de hacer las delicias del más exigente voyeur, y unos zapatos negros, sencillos, pero con un buen tacón que realzara sus piernas y la suave curva de sus glúteos, haciendo aun mas insinuantes las curvas de sus caderas.
El pelo, esta noche, debía ir recogido en un moño. Su larga mata de pelo liso, largo, negro como el azabache. Me encanta el aroma de su pelo. Insistí en que no se sobrepasara con el maquillaje.
Como ya os he dicho, me gusta exhibir a mi esclava, pero no quiero que la confundan con una puta barata. Deseo que vean en ella a la mujer que todos desearían tener, pero a la vez, que sepan claramente que es solo mía y que ninguno podrá poseerla, por mucho dinero que tengan en el banco.
Y finalmente, y si acaso lo más importante de su atuendo… su collar de esclava. Un collar fino, elegante, insinuante. No de esos collares que gustan lucir algunos Amos, grandes, llenos de argollas,,, no. Un collar solo para ella, para que ella se sienta esclava, no para que lo sepan los demás.
A la hora convenida me acerque a su casa y llamé a la puerta. Ella me recibió sumisa, con la cabeza baja, mirando al suelo, dejándome observarla lentamente, deleitándome con su cuerpo, sus curvas, su suave piel, y permitiéndome comprobar que había cumplido todos y cada uno de mis encargos.
Después de revisarla detenidamente, le di mi visto bueno. “Perfecta”, le dije, y salí caminado hacia el coche, seguido, unos paso más atrás, por mi sierva.
De camino al restaurante pude comprobar que también había cumplido mis órdenes en cuanto a su ropa interior y a tener bien depilado su sexo. Lo acaricié suavemente, mientras conducía, notando como su humedad se incrementaba rápidamente, al tiempo que un agradable rubor se instalaba en sus mejillas. No necesite hacer apenas ninguna presión para poder acceder suavemente al interior de su húmeda y calida cueva, y me entretuve unos minutos acariciándola, provocándola, excitándola, sabedor, al igual que ella, que tenía prohibido correrse sin mi permiso.
Minutos después llegamos al restaurante. Era un buen restaurante, alejado del bullicio del centro de la ciudad, no demasiado concurrido, pero de una elegancia exquisita. El maître nos acompaño a una mesa que yo había elegido días antes, por encontrarse en el rincón más intimo de la sala. Cuando llegamos el restaurante ya estaba prácticamente completo, y puede disfrutar, una vez más, de las miradas lascivas de los hombres sentados en aquellas mesas, y, agradablemente para mi, también de las de algunas de las mujeres que les acompañaban.
Con toda seguridad, ninguno de aquellos pobres incautos tenía conocimiento de lo zorras que podrían llegar a ser las mujeres que los acompañaban si se molestasen minimamente en averiguarlo. Pero esa noche se conformarían con ver a mi esclava pasar por delante de sus mesas y, quizás, mas tarde, echar un mal polvo con sus acompañantes, imaginándose que era a ella a la que se follaban.
Cenamos tranquilamente, bajo la atenta mirada de nuestros vecinos. Una cena deliciosa, un buen vino para alegrarnos el corazón, y la mas agradable de las compañías.
Una vez terminada la cena, y antes de que nos trajeran los postres, saqué de el bolsillo de mi americana un teléfono móvil, dejándolo en la mesa, al lado de mi esclava.
Inmediatamente noté como su pulso se aceleraba, como las aletas de su nariz se distendían, y como el rubor subía a sus mejillas y sus pupilas se dilataban. Ella sabia que allí, sobre la mesa, estaba la causa de esa cena, el motivo de todo lo que había pasado antes.
Me demoré unos minutos en darle las instrucciones pertinentes, disfrutando ese momento de ternura, deseo, excitación y sumisión por parte de mi esclava. Alargué la espera, sabiendo que eso no hacía más que aumentar su inquietud, su nerviosismo, su expectación…. Una vez tomados los postres, y a la espera de los cafés, le dije:
- Vas a hacer lo siguiente. Cojeras este móvil,,, irás al baño de señoras…te encerrarás en el baño mas próximo a la puerta, y allí esperaras mis instrucciones
.
Sin mediar palabra, bajando la vista, tomó el móvil en sus manos y se dirigió al baño de señoras, tras cuya puerta la vi desaparecer.
Esperé unos minutos mientras me tomaba el café y me traían una copa de coñac, y después, la llamé al móvil que yo mismo le había entregado minutos antes. Inmediatamente ella descolgó, pero no dijo nada, simplemente se limitó a esperar mis ordenes.
- ¿ya estas en el baño?
- Si, Mi Señor
- ¿En la excusado que te he indicado?
- Si, mi Amo
- Bien, a partir de ahora quiero que solo contestes con un “si” a medida que vayas cumpliendo las ordenes que yo te vaya dando, ¿lo has entendido?
- Si
- Bien. Quiero que ahora te levantes el vestido, abras bien tus piernas y comiences a acariciarte tu sexo para mi. ¿lo estas haciendo?
- Si
- Acaricia tu sexo con la yema de los dedos, lentamente, hasta que comiences a sentirte húmeda, mojada, excitada…….
- ¿Estas ya mojada, mi perra?
- Si
- Bien, ahora introduce tu dedo corazón en tu coño y súbelo, suavemente, hasta tu clítoris. Quiero oír como gimes.
- Si
- ¿lo estas haciendo?
- Si
- Muévelos bien, perra, por que ahora voy a ir yo la baño de caballeros y me sentaré al otro lado de la pared donde tu estas… apagaré mi móvil, y quiero oír como te corres para mi, ¿lo has entendido?
- Si
Mientras escuchaba sus, cada vez mas intensos gemidos, me acerque al baño, observando como la suerte se ponía de mi parte, al ver que una señora, ya medianamente entrada en años, muy seria y muy digna, entraba a la vez en el baño de señoras. Entré yo en le de caballeros, me acomodé en la taza del excusado más próximo a la puerta y, dirigiéndome a mi esclava a través del móvil, le dije:
- Bien, ya estoy a tu lado. Ahora apaga el móvil. Quiero oír como te corres, como una perra en celo. Si lo haces bien y me satisfaces, esta noche tendrás tu premio.
No tarde mucho en escuchar los cada vez más intensos jadeos de mi sierva al otro lado de la pared. Jadeos que iban aumentado de tono hasta convertirse en auténticos aullidos de placer, hasta que… alcanzando el climax, solo se escuchaba su agitada y descompensada respiración.
Una vez obtenido lo que quería, salí el baño, cruzándome en el camino con la sofocada mujer que había entrado en le baño de señoras cuando yo entraba en el de caballeros. Me miró con unos ojos que reflejaban entre espanto, excitación y reproche, pero no rehusé su mirada y, sin decirme nada, se fue a su mesa a contárselo todo a su marido, cosa que, evidentemente y por como me miraban todos, no era necesario, ya que habían oído perfectamente los gritos de mi esclava, tal y como yo deseaba que así ocurriera.
Ya sentado en mi mesa, terminándome el coñac, llamé de nuevo a mi sierva y le dije:
- Muy bien, mi perra, lo has hecho muy bien. Ahora recomponte un poco la ropa y sal del baño como si nada hubiera pasado. Te espero en la mesa.
Instantes después, mi esclava avanzaba hacia nuestra mesa, ante la atenta mirada y los cuchicheos de todos los presentes.
Pagué la cuenta. Dejé una buena propina, y salimos a la calle. Subimos la coche y besando suavemente a mi esclava mientras la acariciaba por encima de la ropa, le dije.
- Me has hecho muy feliz. Te has ganado tu recompensa.
Debía llevar un vestido negro ceñido que se adapta como una segunda piel a su cuerpo, marcando sus insinuantes caderas, su culo arrogante y sus generosos pechos. Pechos que deberían insinuarse abiertamente con un generoso escote. Me gusta, cuando saco a pasear a mi esclava, que los hombres la miren con deseo, y que las mujeres la miren con odio… con ese odio que despierta el saber que nunca van a sentirse tan deseadas como ella.
Por supuesto no debería llevar ropa interior. La ropa interior siempre es un obstáculo para mis deseos, y detesto tener que insinuar siquiera que ha de quitársela. Además, me gusta ver como crecen sus nervios al saber que si se excita en exceso, sus propios jugos podrían jugarle una mala pasada a la hora de levantarse de la silla. Hay manchas que dicen más que libros llenos de palabras.
Completarían su atuendo unas medias negras de seda, sujetas al muslo por un insinuante liguero negro, capaz de hacer las delicias del más exigente voyeur, y unos zapatos negros, sencillos, pero con un buen tacón que realzara sus piernas y la suave curva de sus glúteos, haciendo aun mas insinuantes las curvas de sus caderas.
El pelo, esta noche, debía ir recogido en un moño. Su larga mata de pelo liso, largo, negro como el azabache. Me encanta el aroma de su pelo. Insistí en que no se sobrepasara con el maquillaje.
Como ya os he dicho, me gusta exhibir a mi esclava, pero no quiero que la confundan con una puta barata. Deseo que vean en ella a la mujer que todos desearían tener, pero a la vez, que sepan claramente que es solo mía y que ninguno podrá poseerla, por mucho dinero que tengan en el banco.
Y finalmente, y si acaso lo más importante de su atuendo… su collar de esclava. Un collar fino, elegante, insinuante. No de esos collares que gustan lucir algunos Amos, grandes, llenos de argollas,,, no. Un collar solo para ella, para que ella se sienta esclava, no para que lo sepan los demás.
A la hora convenida me acerque a su casa y llamé a la puerta. Ella me recibió sumisa, con la cabeza baja, mirando al suelo, dejándome observarla lentamente, deleitándome con su cuerpo, sus curvas, su suave piel, y permitiéndome comprobar que había cumplido todos y cada uno de mis encargos.
Después de revisarla detenidamente, le di mi visto bueno. “Perfecta”, le dije, y salí caminado hacia el coche, seguido, unos paso más atrás, por mi sierva.
De camino al restaurante pude comprobar que también había cumplido mis órdenes en cuanto a su ropa interior y a tener bien depilado su sexo. Lo acaricié suavemente, mientras conducía, notando como su humedad se incrementaba rápidamente, al tiempo que un agradable rubor se instalaba en sus mejillas. No necesite hacer apenas ninguna presión para poder acceder suavemente al interior de su húmeda y calida cueva, y me entretuve unos minutos acariciándola, provocándola, excitándola, sabedor, al igual que ella, que tenía prohibido correrse sin mi permiso.
Minutos después llegamos al restaurante. Era un buen restaurante, alejado del bullicio del centro de la ciudad, no demasiado concurrido, pero de una elegancia exquisita. El maître nos acompaño a una mesa que yo había elegido días antes, por encontrarse en el rincón más intimo de la sala. Cuando llegamos el restaurante ya estaba prácticamente completo, y puede disfrutar, una vez más, de las miradas lascivas de los hombres sentados en aquellas mesas, y, agradablemente para mi, también de las de algunas de las mujeres que les acompañaban.
Con toda seguridad, ninguno de aquellos pobres incautos tenía conocimiento de lo zorras que podrían llegar a ser las mujeres que los acompañaban si se molestasen minimamente en averiguarlo. Pero esa noche se conformarían con ver a mi esclava pasar por delante de sus mesas y, quizás, mas tarde, echar un mal polvo con sus acompañantes, imaginándose que era a ella a la que se follaban.
Cenamos tranquilamente, bajo la atenta mirada de nuestros vecinos. Una cena deliciosa, un buen vino para alegrarnos el corazón, y la mas agradable de las compañías.
Una vez terminada la cena, y antes de que nos trajeran los postres, saqué de el bolsillo de mi americana un teléfono móvil, dejándolo en la mesa, al lado de mi esclava.
Inmediatamente noté como su pulso se aceleraba, como las aletas de su nariz se distendían, y como el rubor subía a sus mejillas y sus pupilas se dilataban. Ella sabia que allí, sobre la mesa, estaba la causa de esa cena, el motivo de todo lo que había pasado antes.
Me demoré unos minutos en darle las instrucciones pertinentes, disfrutando ese momento de ternura, deseo, excitación y sumisión por parte de mi esclava. Alargué la espera, sabiendo que eso no hacía más que aumentar su inquietud, su nerviosismo, su expectación…. Una vez tomados los postres, y a la espera de los cafés, le dije:
- Vas a hacer lo siguiente. Cojeras este móvil,,, irás al baño de señoras…te encerrarás en el baño mas próximo a la puerta, y allí esperaras mis instrucciones
.
Sin mediar palabra, bajando la vista, tomó el móvil en sus manos y se dirigió al baño de señoras, tras cuya puerta la vi desaparecer.
Esperé unos minutos mientras me tomaba el café y me traían una copa de coñac, y después, la llamé al móvil que yo mismo le había entregado minutos antes. Inmediatamente ella descolgó, pero no dijo nada, simplemente se limitó a esperar mis ordenes.
- ¿ya estas en el baño?
- Si, Mi Señor
- ¿En la excusado que te he indicado?
- Si, mi Amo
- Bien, a partir de ahora quiero que solo contestes con un “si” a medida que vayas cumpliendo las ordenes que yo te vaya dando, ¿lo has entendido?
- Si
- Bien. Quiero que ahora te levantes el vestido, abras bien tus piernas y comiences a acariciarte tu sexo para mi. ¿lo estas haciendo?
- Si
- Acaricia tu sexo con la yema de los dedos, lentamente, hasta que comiences a sentirte húmeda, mojada, excitada…….
- ¿Estas ya mojada, mi perra?
- Si
- Bien, ahora introduce tu dedo corazón en tu coño y súbelo, suavemente, hasta tu clítoris. Quiero oír como gimes.
- Si
- ¿lo estas haciendo?
- Si
- Muévelos bien, perra, por que ahora voy a ir yo la baño de caballeros y me sentaré al otro lado de la pared donde tu estas… apagaré mi móvil, y quiero oír como te corres para mi, ¿lo has entendido?
- Si
Mientras escuchaba sus, cada vez mas intensos gemidos, me acerque al baño, observando como la suerte se ponía de mi parte, al ver que una señora, ya medianamente entrada en años, muy seria y muy digna, entraba a la vez en el baño de señoras. Entré yo en le de caballeros, me acomodé en la taza del excusado más próximo a la puerta y, dirigiéndome a mi esclava a través del móvil, le dije:
- Bien, ya estoy a tu lado. Ahora apaga el móvil. Quiero oír como te corres, como una perra en celo. Si lo haces bien y me satisfaces, esta noche tendrás tu premio.
No tarde mucho en escuchar los cada vez más intensos jadeos de mi sierva al otro lado de la pared. Jadeos que iban aumentado de tono hasta convertirse en auténticos aullidos de placer, hasta que… alcanzando el climax, solo se escuchaba su agitada y descompensada respiración.
Una vez obtenido lo que quería, salí el baño, cruzándome en el camino con la sofocada mujer que había entrado en le baño de señoras cuando yo entraba en el de caballeros. Me miró con unos ojos que reflejaban entre espanto, excitación y reproche, pero no rehusé su mirada y, sin decirme nada, se fue a su mesa a contárselo todo a su marido, cosa que, evidentemente y por como me miraban todos, no era necesario, ya que habían oído perfectamente los gritos de mi esclava, tal y como yo deseaba que así ocurriera.
Ya sentado en mi mesa, terminándome el coñac, llamé de nuevo a mi sierva y le dije:
- Muy bien, mi perra, lo has hecho muy bien. Ahora recomponte un poco la ropa y sal del baño como si nada hubiera pasado. Te espero en la mesa.
Instantes después, mi esclava avanzaba hacia nuestra mesa, ante la atenta mirada y los cuchicheos de todos los presentes.
Pagué la cuenta. Dejé una buena propina, y salimos a la calle. Subimos la coche y besando suavemente a mi esclava mientras la acariciaba por encima de la ropa, le dije.
- Me has hecho muy feliz. Te has ganado tu recompensa.
2 comentarios:
Sorprendente estilo femenino de narración.....
Sorprendente forma de obtener satisfacción buscando la envidia ajena.....
Sorprendente final del relato:¿hace feliz la esclava o hace feliz la señora que entra al baño?
¿Quien habria fallado(esclava o amo) si a todos les importa un carajo como se corre una mujer en un baño?
No obstante, enhorabuena amigo por la sumisión de tu esclava.Saludos
Gracias por tu comentario strato.
En realidad, la satisfacción de un Amo jamás depende del entorno, sino de comprobar como su esclava supera sus propios limites, sus propios miedos, sus tabues y su verguenza por satisfacer a esa persona tan especial para ella.
En el relato, los comensales, los camareros, la señora del baño... son simples herramientas que el Amo usa pra comprobar hasta donde está dispuesta la sumisa a llegar por satisfacerle a él.
Y aunque a nadie le hubiera importado que la esclava se corriera o no en el baño, eso nada tendría que ver con la satisfacción que el Amo siente al ver que su sumisa ha oebdecido sus deseos anteponiendo su entrega a sus miedos y a la verguenza que podría ocasionarle el que ella imaginara que todos la estaban escuchando.
Un saludo
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