domingo, 21 de febrero de 2010

RATON DE BIBLIOTECA II


Me senté de nuevo en la mesa e intente concentrarme en mi trabajo. Los ojos se me cerraban, los brazos me pesaban y mi cuello apenas me sostenía la cabeza. “Absurdo seguir así” pensé para mis adentros. Recogí los libros, los devolví a su lugar, tome mis cosas y me prepare para marcharme. Cuando levante la vista, con intención de despedirme vi que Adolfo ya no estaba allí. Salí de la biblioteca pensando en llegar a casa, darme una ducha de agua fría y tumbarme sobre la cama o el sofá con un vaso de limonada helada. Me detuve en la parada del autobús y espere su llegada, que no se demoro mucho. El autobús venia lleno de gente. “Genial” pensé “Esto es lo mejor para una tarde calurosa como esta” me situé más o menos hacia la mitad del vehículo, de pie y me agarre a una de las barras. Los frenazos y acelerones del autobús hacían que mi cuerpo se bamboleara hacia adelante y hacia atrás como si fuera una marioneta. En uno de estos movimientos note un cuerpo demasiado pegado al mío, gire la cabeza y me encontré con Adolfo, que rodeando mi cintura con su brazo se agarraba a la misma barra que yo. Me sobresalte y mi primer impulso fue escapara de allí, pero el pego su cuerpo más al mío dejándome prisionera entre la barra y él. Note su aliento cerca de mi cuello y oí su voz muy pegada a mi oreja. “Mmmmm me gusta como huele tu pelo” y note como su otro brazo me rodeaba también y su mano se agarraba a la barra. Yo estaba alucinando con aquella situación cuando de pronto note sus labios posarse ligeramente sobre mi cuello encaminándose hasta el hombro. “¿Qué haces?” pregunte girando levemente la cabeza e intentando zafarme de su prisión. “Algo que se que te va a gustar mucho” Me respondió mientras apretaba mas su cuerpo al mío y soltaba una mano de la barra. La mano se posó en mi muslo y note como me iba subiendo la falda del vestido poco a poco. Comencé a ponerme roja de la vergüenza y a mirar hacia la gente que se apelotonaba a nuestro alrededor, pero incapaz de reaccionar a los movimientos de aquella mano indiscreta que se había colado ya por debajo de la falda alcanzando mi ropa interior y que me acariciaba por encima de ella los glúteos, dirigiéndose lentamente hacia mi sexo. “Reconoce que te gusta ¿verdad?” me susurro. La humedad que resbalaba entre mis piernas era una afirmación más que evidente de que me excitaba la situación. “Separa un poco las piernas. Ábrete para mi” y yo obedecí al instante moviendo un pie de sitio. Note como uno de sus dedos se introducía en mi interior y comenzaba a moverse. Me agarre con más fuerza a la barra intentando ahogar un gemido mientras notaba los movimientos de su mano dentro de mi cuerpo. Apoye la cabeza sobre la barra mientras mi respiración se agitaba cada vez mas y mis mejillas se sonrojaban de nuevo, pero esta vez de excitación. Sus movimientos eran precisos, expertos. Sabia muy bien lo que hacia, lo que se traía entre manos. En ese momento pensé que para ser gay conocía muy bien el cuerpo de una mujer. Lentamente deslizo otro dedo dentro de mi y el movimiento de su mano empezó a ser fuerte, rápido. Oleadas de placer nacían en mi vientre y estallaban en mi pecho. Intentaba no jadear, no gemir, me mordía el labio inferior para no hacerlo y respiraba deprisa por la nariz, notando cada vez más cerca el orgasmo. Su voz de nuevo en mi oído “Vamos, correte en mi mano” y como si fuera una orden yo obedecí rápidamente, corriéndome en aquel autobús lleno de gente, con la mano blanca de apretar la barra y los labios doloridos de mordérmelos. Cuando él noto mi orgasmo me susurro “Mmmmmm así me gusta” y sacando su mano de entre mis piernas se separo un poco de mí, dejándome libre de la opresión de su cuerpo. Respire hondo con los ojos cerrados, intentando volver a la realidad mientras sentía como el autobús frenaba. Al abrir los ojos comprobé que había llegado a mi parada y rápidamente me gire hacia la puerta para salir, sin querer mirar a Adolfo, que seguía a mi lado. Pero este me sujeto con fuerza del brazo impidiéndome alcanzar la salida “¿Dónde vas? Tu has tenido lo tuyo, pero ahora yo quiero lo mío” Asustada y aturdida vi como la puerta se cerraba y el autobús se ponía de nuevo en marcha “En la próxima parada. En la próxima parada me bajo” pensé. Entonces Adolfo, como adivinando mis pensamientos me tomo por la cintura y me pego a él alejándome de la puerta. Por primera vez en todo el trayecto gire mis ojos hacia Adolfo clavándole la mirada ¿Qué pretendía que hiciera ahora?

jueves, 4 de febrero de 2010

RATON DE BIBLIOTECA I



¡Uf! Hace calor, un calor pegajoso y asfixiante. Aún es temprano, apenas son las nueve de la mañana y el sol pega de justicia. A medida que pase el tiempo se hará más insoportable y yo no tengo más remedio que salir de casa. Tengo que ir a la biblioteca de la facultad y encima el coche está roto. Me ducho y apenas salgo de la ducha vuelvo a sudar. Seco con la toalla la humedad de mi cuerpo, las gotas de agua y sudor se entremezclan. No hay nadie en casa. Mis compañeros de piso se han ido a pasar unos días fuera. Estoy sola. Dejo caer la toalla al suelo y recorro desnuda el pasillo desde la habitación hasta la cocina. Abro la nevera y saco una botella fría de agua. Bebo directamente de ella, notando el helado liquido resbalar por el interior de mi garganta hasta mi estomago. La cierro y la dejo reposar sobre mi mejilla. Ummmmm su frescor me alivia momentáneamente el calor, la resbalo lentamente por mi cuello moviéndola de un lado a otro la dejo que baje hasta mi pecho, por encima de mis senos hasta el estomago. Un ligero escalofrío recorre mi espina dorsal y las gotas que desprende la botella se quedan impregnadas en mi piel, brillantes. La botella desanda el camino hacia mis labios de nuevo, otro trago más, largo, lento. Con la cabeza echada hacia atrás mi melena acaricia mi espalda mientras el agua me resbala por la comisura de los labios. Tengo que irme, pienso de pronto, cuanto mas tarde se haga peor será estar en la calle.

Camino de nuevo por el pasillo hacia el dormitorio. Abro el armario, inspecciono detenidamente su interior buscando una prenda adecuada para la temperatura exterior, pero a la vez no demasiado llamativa. Escojo un vestido de lino blanco, de tirantes con un largo por encima de la rodilla, ligeramente entallado al cuerpo y con un poco de vuelo a partir de las caderas. La ropa interior es de un color neutro, el sujetador sin tirantes, la braguita con mucho escote en la pata, hasta la cadera, de un tejido muy suave y fino. Para los pies unas manoletinas también blancas, sin tacón, algo cómodo que me permita desplazarme sin mayores problemas sobre el ardiente asfalto de la ciudad. Me maquillo levemente, un poco de crema hidratante con un ligero toque de color, algo de rimel en las pestañas y un suave tono tostado en los labios. Pienso en recogerme el pelo, pero al mirarme al espejo observo la melena ligeramente ondulada caer sobre mis hombros. Decido dejarla suelta.

Cojo el bolso, las llaves, los libros y apuntes y salgo a la calle. Pienso en mi coche estropeado y su inestimable aire acondicionado para días como hoy. Caminar hacia la facultad es un agradable paseo de aproximadamente media hora, pero hoy hace demasiado calor. Cogeré el autobús. Camino hacia la parada y me siento a esperar que llegue con las piernas cruzadas y los libros sobre ellas. Busco las gafas de sol en el bolso y abro un libro para entretener un poco mi espera. Al cabo de unos minutos el autobús llega. Asciendo a él, pago al conductor y me dirijo hacia atrás buscando asiento. Hay un único asiento libre, entre la ventana y un joven moreno que oculta su mirada tras las gafas de sol y que me sonríe como invitándome a sentarme junto a él. Su cara no me resulta desconocida, pero no me atrevo a mirarle fijamente. Me hace una seña con la mano y se coloca en el asiento libre, dejándome a mi el que él ocupaba, al lado del pasillo. Me veo en la obligación de sentarme allí. A medida que me acerco voy reconociendo a aquel ya nada extraño. Para mi sorpresa reconozco en el hombre de las gafas a Adolfo, mi joven profesor de Física.

Adolfo ere un tipo extraño, entre los alumnos le llamábamos “ratón de biblioteca” era poco mas mayor que alguno de nosotros, un treintañero tímido, apocado, pero sin duda con una mente más que privilegiada puesto que a su edad ocupaba una de las cátedras de mayor prestigio de la facultad. En sus clases era serio y sus exámenes temidos por todos, tanto por la dificultad de los mismos, como por su escrupuloso rigor a la hora de corregirlos. Contrastaba notablemente con el resto del claustro de profesores, todos ellos de mediana edad. No era guapo, ni siquiera resultaba atractivo a primera vista, al menos en clase. Siempre con sus gafillas redondas, su pelo engominado y su vestimenta seria y gris, como queriendo pasar lo mas desapercibido posible. Entre las clases se le podía encontrar en la biblioteca, con la nariz escondida en algún libro, por eso su apodo. Jamás sonería y parecía inmune a los coqueteos de algunas alumnas, expertas en el arte de ganarse el aprobado sin necesidad de estudiar. Caminaba por los pasillos siempre con algún libro bajo el brazo y sin levantar la vista del suelo. Los comentarios sobre su persona eran a veces hirientes, pero él, aún conociéndolos en algunos casos no les prestaba atención y parecían no afectarle. Se comentaba que era gay, y es cierto que en alguna contada ocasión un coche rojo conducido por otro hombre venia a recogerle a la facultad. Decían que ese era su novio.

Y ahora yo, en esa mañana de prematuro calor me encontraba sentada junto a él en un autobús dirección a la facultad. Me gire levemente hacia él y sonriendo le di las gracias. “De nada ¿vas a la facultad?”. Asentí mirándole de reojo y notando mi vergüenza. “Nunca te había visto en el autobús” “No suelo cogerle, voy en coche o andando” “¿Y hoy?” Estaba claro que el tímido profesor parecía querer conversación conmigo “Hoy tengo el coche averiado y hacia demasiado calor para pasear” El se recostó un poco sobre su asiento y giro la cabeza en dirección a la ventana, dando así por zanjada la conversación, cosa que me alivio.

Tras varias paradas del vehículo, el autobús se detuvo por fin frente a la puerta de la facultad. Ambos nos pusimos en pie y él espero a que yo saliera de mi asiento para seguirme por el pasillo hacia la puerta de salida. Descendimos del autobús y ambos tomamos el mismo camino, en dirección a la biblioteca: “¡Ah, vaya!, vas a la biblioteca. Por lo que veo no soy el único ratón” Yo note como me sonrojaba al oír su comentario y él lo noto también. Soltando una sonora carcajada me dijo: “No te preocupes, ya se que me lo llamáis”. Le mire asombrada. Era la primera vez que le veía reír, ni tan siquiera le había visto sonreír nunca. De pronto me fije en su atuendo, no llevaba sus pantalones de tela grises y ninguna de sus camisas formales. Llevaba un vaquero y una camiseta. Tal vez el hecho de que no hubiera clase le hacia comportarse y vestir de otra manera.

A la entrada de la biblioteca nos separamos. El se dirigió hacia la sección de Física y yo hacia la de Anatomía. En la amplia sala no había mucha gente. Deposite mis libros y cuadernos sobre una solitaria mesa y fui a buscar lo que me hacia falta. Al volver le vi inmerso ya entre las paginas de algún libro, tres mesas mas allá pero enfrente de mi. La poca gente que había en la biblioteca fue desapareciendo. El estaba absorto en su lectura, parecía una estatua, apenas si pestañeaba. El tiempo transcurrió deprisa y sin casi darme cuenta se había hecho la hora de comer y yo aún no había acabado. Deje los libros y apuntes tal cual en la mesa, cogí el bolso y me fui a la cafetería del centro a por algo de comer. Me salí a un pequeño jardín interior que había en una especie de claustro. Estaba muy poblado de árboles y plantas y la sombra era abundante, además al estar rodeado por las altas paredes del edificio el sol penetraba con mucha dificultad. Las ventanas de algunas aulas daban allí, pero hoy no había clase. Me senté en un banco y comencé a comerme el sándwich que acaba de comprar. Frente a mi, una pequeña explanada de hierba parecía invitarme al reposo. Me levante del banco y me senté en la hierba, descalzándome y apoyando la espalda en el tronco de un árbol. Termine mi comida y un pequeño sopor se apodero de mi. Deje caer la cabeza hacia atrás hasta que apoyo en le árbol y cerré los ojos. Debí dormirme, porque cuando volví a la realidad había pasado más de una hora y media. Al abrir los ojos una sombra se movió tras el cristal de una de las ventanas de un aula. Creí reconocer a Adolfo en aquella silueta, pero no me dio tiempo a fijarme bien. Cogí mis cosas y volví a la biblioteca. Allí estaba Adolfo, en el mismo lugar y con la misma postura que tenia cuando me marche. Sonreí levemente para mi ¿Qué iba a hacer Adolfo mirándote por la ventana de un aula?


Continuara ........

martes, 2 de febrero de 2010

CREO EN EL AMOR


Creo en el amor. Lo confieso.
El amor un batiburrillo de babas y canciones ñoñas.
El amor ese que no llueva ni a la de tres pero hace que todo esté húmedo alrededor.
El amor no es un lugar para dormir. El amor es un lugar para despertar
El amor te come las neuronas que te quedan.
El amor es una subida: No hables tanto que estás jadeando!

El amor es que le llenes de leche hasta los bordes
El amor es otra vez 'AZOTAME, MI SEÑOR'
El amor es orgasmo que empieza en ti y acaba en un “Te Quiero Puta”
El amor es que esté desnudita siempre y que juegue hoy sí y mañana también con mis genitales.
El amor son oleoductos de mi glotonería por su coño
El amor son lloviznas doradas en su cara y que le sepa a olores de amapola.
El amor es "Me da lo mismo si hablas o callas, pero sabes que me gustan tus gemidos".
El amor es ver en su culo la biblioteca de Alejandría
El amor es ver como el manojito de orugas que tengo por corazón se conviertan todas en mariposas
El amor es salpicón de alegrías por el bodange más experto
El amor es ese cosquilleo que me hace sentir cada vez que le pongo su collar de perra.

TE QUIERO: me dará igual como seas, quien seas y lo que seas, lo que si sé es que serás mi exquisitez.


Escrito por Valmont41