En aquel momento no recordaba nada de lo que había sucedió anteriormente….. no quería recordarlo. No necesitaba saber como había llegado hasta allí. Tan solo era consciente de que me encontraba sobre la cama, desnuda, entre las sabanas revueltas a mi lado y junto a ti.
Me agarraba a la tela que me envolvía, con pasión, con frenesí, mientras mi boca entreabierta dejaba que tu impúdica lengua se introdujera en ella para recorrerla sin el menor atisbo de piedad, sin darme lugar a jadear a mi antojo.
Una de tus manos apretaba mis pechos con vehemencia mientras la otra recorría mi sexo con una sabiduría y una habilidad innatas. La humedad no solo empapaba esa parte de mi cuerpo, sino que llegaba también a mis muslos, tal era la excitación que sentía, y además mojaba tu mano, que no daba un respiro a mi coño.
Me acariciabas el clítoris lentamente, para ir aumentando el ritmo poco a poco, mi respiración se agitaba haciendo que mis pechos subieran, como buscando tu mano. Me hacías llegar al límite, y cuando estaba a punto de estallar, me abandonabas a mi desesperación, sin desamordazarme con tu boca, para después volver de nuevo a la carga introduciendo uno…….dos……. tres dedos en mi mojada cavidad, que comenzabas a mover, haciéndome gemir de nuevo, ronroneando entre tus brazos como una gata en celo. Cada vez que notaba como tus dedos entraban y salían de mí, me agarraba con más fuerza a las sabanas. Intentaba zafarme de tus besos para jadear libremente, pero tu mano atenazaba mi nuca pegando mi cabeza a la tuya, sin dejarme escapatoria.
A un segundo de tocar el cielo con las manos sacaste los dedos de mí, dejándome otra vez desesperada, a punto de sollozar. Que cruel tortura me estabas inflingiendo. Nunca pensé que el placer pudiera doler tanto, y de repente a mi cabeza llego una frase tuya: “Es necesario conocer el dolor para poder reconocer el placer” ¿Era eso lo que estabas haciendo conmigo?
Volviste a la carga con mi clítoris, cada vez mas hinchado, cada vez más sensible al tacto. Yo albergaba la esperanza de que esta vez me dejaras llegar hasta el final, pero pude volver a comprobar que tu crueldad no tenía límites.
El deseo me hizo enloquecer de tal forma, que sin saber como, ni de donde saque la fuerza, logre zafarme de ti, que quedaste tumbado en la cama boca arriba, con tu miembro duro, fuerte, poderoso, enhiesto. No pensé, solo actué. Me coloque a horcajadas sobre ti, llenándome de ti, clavándome tu polla hasta el final y comencé una frenética cabalgada, cegada por el deseo de llegar hasta el éxtasis. Te mire a los ojos y solo vi frialdad en ellos, pero apenas si pude percatarme de ello, cegada como estaba en llegar a mi propio placer. No me percate de tu mirada vacía, de tu gesto impertérrito, de tus brazos reposando a ambos lados de tu cuerpo, inertes.
Tras una lujuriosa cabalgada llegué al éxtasis. Note como desde mi vientre me recorrían escalofríos electrizantes por toda la espalda. Gemí como nunca lo había hecho, mordiéndome los labios casi hasta hacerlos sangrar, y deje que mi cuerpo abandonado cayera sobre el tuyo con el único fin de disfrutar las ultimas oleadas de placer pegada a ti, sin darme cuenta de que tus brazos se habían extendido frente a mi y pararon mi caída apoyándose sobre mis hombros. Entonces te mire… tu mirada ya no era vacía, ahora estaba llena de dureza. Sin mediar palabra te giraste conmigo aún encima de ti, haciendo que cayera sobre mi costado. Te pusiste de rodillas, y colocando a cuatro patas, hundiste mi cabeza en la almohada, mientras mi trasero se te ofrecía voluptuoso.
A pesar de mi cabalgada, tú no habías perdido ni un ápice de tu erección. Fue entonces cuando me di cuenta de que no te habías vaciado en mí y de pronto fui consciente de lo que iba a suceder.
Con la cara sobre la almohada, y expuesta a tus deseos comencé a sentir un tremendo desasosiego. Nunca antes había visto esa seriedad en tu rostro, esa dureza. Una mezcla de sensaciones me atenazaba el estomago, me gustaba pero a la vez sentía miedo…..
Note como, de una fuerte embestida toda tu polla entraba sin ningún miramiento en mi, a la vez que uno de tus dedos se dirigía a mi ano y comenzaba a masajearlo. Intente protestar pero tu mano atenazaba con fuerza mi cabeza sobre la almohada, impidiendo cualquier movimiento.
Si la primera embestida fue fuerte, las que le siguieron fueron mucho mas, sin embargo el dolor no lograba disminuir mi placer y comencé de nuevo a abandonarme a esas sensaciones, hasta que de pronto paraste, y del mismo modo que me habías penetrado anteriormente, volviste a hacerlo, pero esta vez en mi ano, sin delicadeza, de un golpe seco note como entraba toda ella en mi, y una punzada de dolor me hizo gritar. Las lagrimas resbalaban por mis mejillas, pero tu continuabas implacable el camino que esta vez te iba a llevar al éxtasis a ti. Sentía dolor, pero no quería que pararas, y no lo hiciste, hasta que note como chorros caliente me inundaban por dentro y tus penetraciones eran cada vez mas leves y distanciadas, hasta que de un ultimo empujón, te vaciaste por completo en mi y te saliste.
Con un ligero empujón en mi cadera me hiciste caer de lado sobre la cama. Te recostaste junto a mi, y besando los surcos que mis lagrimas habían dejado, me susurraste tiernamente…. “Mi princesa”. Me abrace a ti con desesperación y hundí mi cara entre tu pecho mientras tu mano acariciaba dulcemente mi pelo. Hubiera podido morir allí mismo, en ese mismo instante, entre tus brazos…..
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