lunes, 21 de junio de 2010

RATON DE BIBLIOTECA III


El autobús se detuvo y Adolfo tomándome de la mano me saco fuera de él. Sin soltarme caminamos algunos metros en silencio, hasta que ya no pude más y le pregunte “¿Dónde vamos?” “A mi casa” De pronto se paró, me soltó la mano, se coloco frente a mí y tomándome del cuello acerco mi cara a la suya para besarme. Fue un beso dulce, tranquilo al que yo correspondí sin dudarlo, aceptando así sus condiciones no escritas.

Sin soltar mi mano abrió la puerta de su piso dejándome entrar primero y cerrando la puerta tras de si me tomo por la cintura girándome hacia él. Cogio mi bolso y mis libros y los dejo en el suelo del pasillo. Se acerco a mí y mientras me besaba sus manos hábiles me despojaron de la braguita. Me condujo al salón y al entrar vi al chico del coche rojo que a veces iba a buscarle a la facultad sentado en el sofá. “Mira a quien he traído” dijo Adolfo. El chico del coche se irguió un poco en el sofá y sonriendo me miro de arriba abajo desnudándome con la mirada. Adolfo se encamino al sofá y se sentó a su lado mientras yo me quedaba de pie en medio del salón, sorprendida por la situación. De pronto recordé el beso de la calle. Había aceptado las reglas de un juego que no sabia de que iba y ahora intuía que no iba a tener más remedio que seguirlas. “El es Jaime, mi compañero de piso y amigo, pero no mi novio” dijo guiñándome un ojo. “Me alegro de conocerte” dijo Jaime “Encantada” conteste, sin saber a ciencia cierta si de verdad lo estaba o no.

“Bien, nena, tu has tenido tu parte en el autobús, ahora nosotros queremos la nuestra” dijo Adolfo mientras Jaime se levantaba y caminaba hacia mi. “¿Nosotros?” pensé. Sin darme casi tiempo a reaccionar, Jaime me cogió por la cintura y me empujo hasta el sofá enfrente de donde estaba Adolfo, que a estas alturas se había desabrochado el pantalón y sostenía en su mano una verga dura y brillante que apuntaba enhiesta hacia mi. Jaime hizo que me arrodillara frente a Adolfo y este dirigió su sexo hacia mi boca. Jaime empujo mi cabeza hacia ella y un instante me encontré con ella en la boca. Comencé a succionar despacio sobre ella, con miedo, mientras Adolfo presionaba mi cabeza contra ella y Jaime comenzaba a levantarme el vestido. Se colocó entre mis piernas, a mi espalda y empezó a acariciar mis nalgas con suavidad bajando las manos hasta los muslos y volviéndolas a subir repetidas veces. Esas suaves caricias hacían que me excitara por momentos y que mi boca se volviera más ávida sobre el sexo de Adolfo, que a decir por sus gemidos, lo estaba agradeciendo. Adolfo no soltaba mi cabeza mientras embestía cada vez con más fuerza en mi boca, apenas podía respirar, su verga llenaba toda mi boca y yo, cada vez más caliente, succionaba, lamía, absorbía con más ímpetu sobre ella. Jaime deslizo una mano entre mis piernas acariciándome lentamente el sexo, que a esas alturas ya se había convertido en un rió. Deslizó un dedo desde mi clítoris hasta mi culo y allí comenzó a masajear. Adivine por sus caricias lo que pretendía y sus actos no tardaron en darme la razón. Sentí como se desabrochaba el pantalón y como colocaba la punta de su sexo en mi esfínter. Con un movimiento rápido y certero lo introdujo en el. Sentí una punzada de dolor pero al instante sus movimientos hicieron que el dolor se mezclara con el placer. Adolfo jadeaba cada vez más rápido y más fuerte, me agarraba del pelo con más insistencia, hasta que note como se vino en mi boca exhalando un hondo suspiro. Soltó mi cabeza, relajándose sobre el sofá mientras Jaime continuaba sus embestidas a mi espalda. Apoye mis manos sobre las piernas de Adolfo intentando mantener el equilibrio, entonces este me agarro del pelo echo mi cabeza hacia atrás y levantando mi cara me miro a los ojos de nuevo, igual que había hecho en la calle y me dio un calido beso en la boca, sellando así de nuevo el pacto, se hecho hacia delante y me desabrocho la cremallera del vestido y el sujetador. Saco los tirantes y lo bajo hasta mi cintura. Es sujetador cayo al suelo, y mis pechos quedaron al descubierto. Adolfo los tomo entre sus manos y comenzó a masajearlos, pellizcando los pezones. De pronto Jaime paró y se salio de mi, intercambiando su puesto con Adolfo, que se coloco detrás de mi. “Ahora vas a sentir otra cosa que no es mi dedo” y sin apenas terminar la frase metió su verga en mi interior sin darme casi tiempo a reaccionar. Jaime por su parte se alejo un poco mirando la escena y acariciándose. Yo estaba a punto del orgasmo, iba a estallar de un momento a otro. Oleadas de placer nacían en mi vientre e iban a estallar en mi pecho. Me corrí entre gemidos bajo la atenta mirada de los dos hombres y me desplome sobre el sofá. Adolfo no se había corrido y cogiendome por debajo de los brazos me levanto y me quito el vestido que estaba enredado en mi cintura. Me cogio de la mano y me condujo hasta el dormitorio, hacia donde nos siguió Jaime. Allí ambos se quitaron la ropa. Yo esperaba sin saber cual era mi cometido. Adolfo se tumbo sobre la cama y me pidió que me colocara encima. Jaime me siguió y volvió a colocarse detrás de mi. Ya sabía lo que querían. Me coloque sobre Adolfo, cogiendo su verga y colocándola a la entrada de mi sexo, me deje caer un poco y aquella lanza penetro en mi. Acto seguido Jaime volvió a penetrarme por detrás. Ambos sincronizaron sus movimientos a la perfección haciendo que ambas pollas entraran y salieran de mi al unísono. Los jadeos de los tres se mezclaban en la habitación. Adolfo acariciaba mis pechos y Jaime comenzó a hacer lo mismo con mi clítoris. Descargas de placer recorrían todo mi cuerpo. Otro orgasmo estaba a punto de llegar. Adolfo apretó mis tetas con fuerza antes de correrse y Jaime acelero el movimiento de su mano haciendo que me corriera rápidamente y corriéndose el conmigo. Los tres aullamos de placer, respirando agitadamente, quedándonos casi inertes por unos momentos. Después Jaime se tumbo sobre la cama, haciendo que yo me tumbara entre ellos. Adolfo volvió a besarme con esa dulzura suya. “A partir de ahora vas a ser nuestro juguete” me dijo mientras ambos acariciaban mi cuerpo.