domingo, 17 de enero de 2010

EL RITO DE LAS OLAS ENAMORADAS


Creía que era una ceremonia que nunca iba a realizar, pero me equivoqué... Soy alguien decidido que no me freno frente al granito de una muralla si lo que voy a obtener me enamora.

Era tarde y el sol se iba a descansar. Se perdía en el horizonte, pero dejaba el color del fuego impregnado en el agua y en la arena de la marea baja. Un fuego que nada era capaz de disiparlo. Bueno, imagínate..., hasta pedía a gritos una fantasía.

Estaba con ella, la había conocido por la mañana en un chiringuito de la playa mientras tomábamos un vino blanco afrutado muy frío con unas gambas. Ya no nos separamos. De pronto se convirtió en cómplice, compañera, amiga...

La playa se había quedado solitaria. Yo estaba tumbado; ella sentada. Se levantó y sin perder mi mirada trotó hacia la orilla desprovista de cualquier tipo de tela. Al mirarla, surgió en mí la señora del deseo; vestida de mil estrellas y perfumada intensamente con el aire marino y con la sintonía del ruido de unas olas que se rompían suavemente.

De pronto me levanté de la arena y me despojé de mi bañador... me fui en su busca igual que lo haría un pájaro quetzal: Dominante, enseñando sus plumas con gallardía, mostrando sus mejores colores para conquistar...

Sabía a noche en el mar. Me adentré en el agua, pero no me dio tiempo de darme un chapuzón porque ella ya regresaba: andaba lentamente hacia mí, contorneándose, sonriente, completamente mojada. Yo me detuve a esperarla mientras observaba su rostro, su figura... Percibía en su mirada una inocencia lujuriosa de las que te pone a mil.

Al unirnos perdí los límites del entorno; su boca se abrió para mí solicitando el primer beso de la Amante. Entonces comenzó la oda de pasiones...

Nos sentíamos y tocábamos. Los besos se alternaban entre bocados lentos en los labios y juegos serpenteantes de poder con las lenguas; de movimientos sensuales a voluptuosos.

Yo sabía, como si fuera navegante experto del mapa femenino, recorrerla con mis manos por ese océano turbulento en el que ella entró al sentir las palmas recorrer en serie su cuello, pecho, caderas, cinturas, axilas, muslos, glúteos, ingles…

Su respiración algo agitada; la escuchaba igual que la brisa marina que sale de una caracola; una respiración que se iba agitando con el incremento de la fogosidad.

Después los dedos, cada dedo recorriendo su misteriosa cueva magmática y lubricada en una melodía escrita para un Arpa. Localizaba las cuerdas de las paredes con sus claves para conseguir la vibración que produce el sonido del gemido esperado. Un sonido erótico, fruto de una corriente de placer que nace desde el mismo corazón de sus entrañas.

Como un músico, conocía el tiempo de cada espacio, cada vibración de cuerda que su precioso cuerpo necesita para producir un espasmo de placer. Y me conducía por esos laberintos a todos los caminos para que gozara una y otra vez. Su gozo era lascivo, lujurioso, libertino...

Se recreaba al percibir mi voz susurrante llena de sonrisas cuando le marcaba los momentos de su placer. Empezaba a saber de mi poder, yo de su rendición sin condiciones. Así tenía que ser hasta la plenitud!

Progresivamente se estaba dando cuenta de que no podía experimentar ese viaje húmedo; eternamente humano y vulnerable que no tiene vuelta atrás si no iba de mi mano.
Se dejo caer en el agua, la acompañé. Nos llenamos de mar, estrellas, arena y sal. Nos revolcamos y amamos con todos los sentidos; el va y ven de las olas marcaba el balanceo de ambos cuerpos, que eran solo uno. Tras un buen rato basculando ella bebió de un orgasmo que hizo que su cuerpo convulsionase sin control hasta abrazar mi espalda con sus piernas.
Con nuestros cuerpos parcialmente sumergidos y ya con las olas mucho más fuertes, la situé de rodillas, de espaldas al mar con piedad; yo de pie. Ahora el oleaje azotaba su espalda con tanta fuerza que incluso la tiraba hacia adelante.
Yo la sujeté con ambas manos, tomando su cabello en forma de doble brida . A la vez, la indiqué que tomara mi verga para darme oleadas de gozo hasta que absorbiera cada gota de vida sin derramar ni una sola. Con una mano se agarro a mi muslo y con la otra y su boca termino mi mandato sin apartar ni un solo momento su mirada de la mía.
Escrito por DC

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