jueves, 4 de febrero de 2010

RATON DE BIBLIOTECA I



¡Uf! Hace calor, un calor pegajoso y asfixiante. Aún es temprano, apenas son las nueve de la mañana y el sol pega de justicia. A medida que pase el tiempo se hará más insoportable y yo no tengo más remedio que salir de casa. Tengo que ir a la biblioteca de la facultad y encima el coche está roto. Me ducho y apenas salgo de la ducha vuelvo a sudar. Seco con la toalla la humedad de mi cuerpo, las gotas de agua y sudor se entremezclan. No hay nadie en casa. Mis compañeros de piso se han ido a pasar unos días fuera. Estoy sola. Dejo caer la toalla al suelo y recorro desnuda el pasillo desde la habitación hasta la cocina. Abro la nevera y saco una botella fría de agua. Bebo directamente de ella, notando el helado liquido resbalar por el interior de mi garganta hasta mi estomago. La cierro y la dejo reposar sobre mi mejilla. Ummmmm su frescor me alivia momentáneamente el calor, la resbalo lentamente por mi cuello moviéndola de un lado a otro la dejo que baje hasta mi pecho, por encima de mis senos hasta el estomago. Un ligero escalofrío recorre mi espina dorsal y las gotas que desprende la botella se quedan impregnadas en mi piel, brillantes. La botella desanda el camino hacia mis labios de nuevo, otro trago más, largo, lento. Con la cabeza echada hacia atrás mi melena acaricia mi espalda mientras el agua me resbala por la comisura de los labios. Tengo que irme, pienso de pronto, cuanto mas tarde se haga peor será estar en la calle.

Camino de nuevo por el pasillo hacia el dormitorio. Abro el armario, inspecciono detenidamente su interior buscando una prenda adecuada para la temperatura exterior, pero a la vez no demasiado llamativa. Escojo un vestido de lino blanco, de tirantes con un largo por encima de la rodilla, ligeramente entallado al cuerpo y con un poco de vuelo a partir de las caderas. La ropa interior es de un color neutro, el sujetador sin tirantes, la braguita con mucho escote en la pata, hasta la cadera, de un tejido muy suave y fino. Para los pies unas manoletinas también blancas, sin tacón, algo cómodo que me permita desplazarme sin mayores problemas sobre el ardiente asfalto de la ciudad. Me maquillo levemente, un poco de crema hidratante con un ligero toque de color, algo de rimel en las pestañas y un suave tono tostado en los labios. Pienso en recogerme el pelo, pero al mirarme al espejo observo la melena ligeramente ondulada caer sobre mis hombros. Decido dejarla suelta.

Cojo el bolso, las llaves, los libros y apuntes y salgo a la calle. Pienso en mi coche estropeado y su inestimable aire acondicionado para días como hoy. Caminar hacia la facultad es un agradable paseo de aproximadamente media hora, pero hoy hace demasiado calor. Cogeré el autobús. Camino hacia la parada y me siento a esperar que llegue con las piernas cruzadas y los libros sobre ellas. Busco las gafas de sol en el bolso y abro un libro para entretener un poco mi espera. Al cabo de unos minutos el autobús llega. Asciendo a él, pago al conductor y me dirijo hacia atrás buscando asiento. Hay un único asiento libre, entre la ventana y un joven moreno que oculta su mirada tras las gafas de sol y que me sonríe como invitándome a sentarme junto a él. Su cara no me resulta desconocida, pero no me atrevo a mirarle fijamente. Me hace una seña con la mano y se coloca en el asiento libre, dejándome a mi el que él ocupaba, al lado del pasillo. Me veo en la obligación de sentarme allí. A medida que me acerco voy reconociendo a aquel ya nada extraño. Para mi sorpresa reconozco en el hombre de las gafas a Adolfo, mi joven profesor de Física.

Adolfo ere un tipo extraño, entre los alumnos le llamábamos “ratón de biblioteca” era poco mas mayor que alguno de nosotros, un treintañero tímido, apocado, pero sin duda con una mente más que privilegiada puesto que a su edad ocupaba una de las cátedras de mayor prestigio de la facultad. En sus clases era serio y sus exámenes temidos por todos, tanto por la dificultad de los mismos, como por su escrupuloso rigor a la hora de corregirlos. Contrastaba notablemente con el resto del claustro de profesores, todos ellos de mediana edad. No era guapo, ni siquiera resultaba atractivo a primera vista, al menos en clase. Siempre con sus gafillas redondas, su pelo engominado y su vestimenta seria y gris, como queriendo pasar lo mas desapercibido posible. Entre las clases se le podía encontrar en la biblioteca, con la nariz escondida en algún libro, por eso su apodo. Jamás sonería y parecía inmune a los coqueteos de algunas alumnas, expertas en el arte de ganarse el aprobado sin necesidad de estudiar. Caminaba por los pasillos siempre con algún libro bajo el brazo y sin levantar la vista del suelo. Los comentarios sobre su persona eran a veces hirientes, pero él, aún conociéndolos en algunos casos no les prestaba atención y parecían no afectarle. Se comentaba que era gay, y es cierto que en alguna contada ocasión un coche rojo conducido por otro hombre venia a recogerle a la facultad. Decían que ese era su novio.

Y ahora yo, en esa mañana de prematuro calor me encontraba sentada junto a él en un autobús dirección a la facultad. Me gire levemente hacia él y sonriendo le di las gracias. “De nada ¿vas a la facultad?”. Asentí mirándole de reojo y notando mi vergüenza. “Nunca te había visto en el autobús” “No suelo cogerle, voy en coche o andando” “¿Y hoy?” Estaba claro que el tímido profesor parecía querer conversación conmigo “Hoy tengo el coche averiado y hacia demasiado calor para pasear” El se recostó un poco sobre su asiento y giro la cabeza en dirección a la ventana, dando así por zanjada la conversación, cosa que me alivio.

Tras varias paradas del vehículo, el autobús se detuvo por fin frente a la puerta de la facultad. Ambos nos pusimos en pie y él espero a que yo saliera de mi asiento para seguirme por el pasillo hacia la puerta de salida. Descendimos del autobús y ambos tomamos el mismo camino, en dirección a la biblioteca: “¡Ah, vaya!, vas a la biblioteca. Por lo que veo no soy el único ratón” Yo note como me sonrojaba al oír su comentario y él lo noto también. Soltando una sonora carcajada me dijo: “No te preocupes, ya se que me lo llamáis”. Le mire asombrada. Era la primera vez que le veía reír, ni tan siquiera le había visto sonreír nunca. De pronto me fije en su atuendo, no llevaba sus pantalones de tela grises y ninguna de sus camisas formales. Llevaba un vaquero y una camiseta. Tal vez el hecho de que no hubiera clase le hacia comportarse y vestir de otra manera.

A la entrada de la biblioteca nos separamos. El se dirigió hacia la sección de Física y yo hacia la de Anatomía. En la amplia sala no había mucha gente. Deposite mis libros y cuadernos sobre una solitaria mesa y fui a buscar lo que me hacia falta. Al volver le vi inmerso ya entre las paginas de algún libro, tres mesas mas allá pero enfrente de mi. La poca gente que había en la biblioteca fue desapareciendo. El estaba absorto en su lectura, parecía una estatua, apenas si pestañeaba. El tiempo transcurrió deprisa y sin casi darme cuenta se había hecho la hora de comer y yo aún no había acabado. Deje los libros y apuntes tal cual en la mesa, cogí el bolso y me fui a la cafetería del centro a por algo de comer. Me salí a un pequeño jardín interior que había en una especie de claustro. Estaba muy poblado de árboles y plantas y la sombra era abundante, además al estar rodeado por las altas paredes del edificio el sol penetraba con mucha dificultad. Las ventanas de algunas aulas daban allí, pero hoy no había clase. Me senté en un banco y comencé a comerme el sándwich que acaba de comprar. Frente a mi, una pequeña explanada de hierba parecía invitarme al reposo. Me levante del banco y me senté en la hierba, descalzándome y apoyando la espalda en el tronco de un árbol. Termine mi comida y un pequeño sopor se apodero de mi. Deje caer la cabeza hacia atrás hasta que apoyo en le árbol y cerré los ojos. Debí dormirme, porque cuando volví a la realidad había pasado más de una hora y media. Al abrir los ojos una sombra se movió tras el cristal de una de las ventanas de un aula. Creí reconocer a Adolfo en aquella silueta, pero no me dio tiempo a fijarme bien. Cogí mis cosas y volví a la biblioteca. Allí estaba Adolfo, en el mismo lugar y con la misma postura que tenia cuando me marche. Sonreí levemente para mi ¿Qué iba a hacer Adolfo mirándote por la ventana de un aula?


Continuara ........

1 comentario:

Unknown dijo...

Vaya, que historia mas prometedora.
Has conseguido engancharme.
¿Será porque me cae bien el tal Adolfo?
¿O por tu vestido de lino blanco y tu melena suelta?
Esperaré impaciente la continuación.
Un beso.

Sayiid